Una palabra de
seis letras que produce tanto miedo a aquel que lo experimenta.
Un miedo irreal,
que nadie quiere y que nadie entiende.
¿Por qué tener
miedo de algo que nos permite vivir?
Si alguien no
sintiera, no viviría.
Dejemos de darle
importancia a los momentos en los que alguien nos hace sentir mal y
comencemos a valorar cuando alguien nos hace sentir bien.
Especial, único
e irreemplazable.
Cada fallo que
cometemos.
Cada daño que
recibimos.
Cada paso en
falso que damos.
Son la
combinación perfecta para dejar de atrevernos a querer.
O eso queremos
creer.
Nadie quiere
arriesgarse a conocer y descubrir lo nuevo.
Porque siempre
contamos con el fantasma del pasado atado a nuestros pies.
Sin dejarnos
avanzar y sin dejarnos crecer.
No debemos
permitir que nuestros sentimientos caigan en el silencio.
Nada vuelve a ser
igual dos veces.
No todo nos va a
hacer escapar.
Llegará algo por
lo que merezca la pena arriesgarse.
Por lo que
merezca la pena dejarnos sentir.
Y ahí nos
daremos cuenta de que no concebimos la palabra vida sin sentimiento.
Porque lo malo
nos hace aprender todo aquello que no conocemos de nosotros mismos.
Todo aquello que
no conocemos de la vida.
Todo aquello que
no queremos en nuestro día a día, que no queremos en nuestra
historia.
No hay que tener
miedo a los sentimientos.
Quitemos la venda
del corazón, de los ojos y de las manos.
Comencemos a
sentir libremente sin la preocupación de lo que pueda pasar, de lo
que venga y de lo que desaparezca.
Comencemos a
acariciar lo que nos hace sentir especial, a agarrarnos sin miedo a
aquello que no queremos perder.
Comencemos a
mirar, a apreciar y a valorar aquello que tenemos delante, lo que nos
hace sonreír.
Porque si
queremos vivir, tenemos que empezar a sentir.
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