martes, 21 de enero de 2020

Sentir.


Una palabra de seis letras que produce tanto miedo a aquel que lo experimenta.
Un miedo irreal, que nadie quiere y que nadie entiende.
¿Por qué tener miedo de algo que nos permite vivir?
Si alguien no sintiera, no viviría.
Dejemos de darle importancia a los momentos en los que alguien nos hace sentir mal y comencemos a valorar cuando alguien nos hace sentir bien.
Especial, único e irreemplazable.
Cada fallo que cometemos.
Cada daño que recibimos.
Cada paso en falso que damos.
Son la combinación perfecta para dejar de atrevernos a querer.
O eso queremos creer.
Nadie quiere arriesgarse a conocer y descubrir lo nuevo.
Porque siempre contamos con el fantasma del pasado atado a nuestros pies.
Sin dejarnos avanzar y sin dejarnos crecer.
No debemos permitir que nuestros sentimientos caigan en el silencio.
Nada vuelve a ser igual dos veces.
No todo nos va a hacer escapar.
Llegará algo por lo que merezca la pena arriesgarse.
Por lo que merezca la pena dejarnos sentir.
Y ahí nos daremos cuenta de que no concebimos la palabra vida sin sentimiento.
Porque lo malo nos hace aprender todo aquello que no conocemos de nosotros mismos.
Todo aquello que no conocemos de la vida.
Todo aquello que no queremos en nuestro día a día, que no queremos en nuestra historia.
No hay que tener miedo a los sentimientos.
Porque tenerlos nos hace la vida más fácil, aunque nos empeñemos en complicarla.
Quitemos la venda del corazón, de los ojos y de las manos.
Comencemos a sentir libremente sin la preocupación de lo que pueda pasar, de lo que venga y de lo que desaparezca.
Comencemos a acariciar lo que nos hace sentir especial, a agarrarnos sin miedo a aquello que no queremos perder.
Comencemos a mirar, a apreciar y a valorar aquello que tenemos delante, lo que nos hace sonreír.
Porque si queremos vivir, tenemos que empezar a sentir.

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